domingo, 1 de diciembre de 2013

Lacrima non parata


Acababa de tocar fondo. Toda su vida, su lucha, su felicidad entera, se paraba en ese instante rompiendo su corazón y con él su sonrisa. Podía notar entonces como, vacía de todo calor, el dolor comenzaba a inundar cada poro de su ser y aun así, aun sabiendo en el sin sentido en el que había tornado su existencia, ni siquiera tuvo fuerzas para pedir explicación por tamaño cambio de rumbo.

Giró sobre sus talones con tanta lentitud como fragilidad. Temiendo caer desplomada, cual animal herido de muerte, al temblor súbito de sus piernas. Pero pese a esa debilidad, se descubrió caminando por pura inercia. Huyendo de aquel metafórico cazador que le había asestado el tiro fatal. Así, sin escuchar sus pasos, ni notar el gélido aire quemándole la piel, corrió. Corrió tanto como pudo. Tanto como para encontrar la vida en la falta de aire.

No le importaba perecer así, es más, su sufrimiento acabaría en ese mismo instante, pero esa fuerza sabía, la única superior a nosotros mismos, la paró. Haciendo entonces que sus ojos picasen de impotencia, que toda ella cayese al suelo sin poder sostenerse. Y al contacto de su espalda con la fría y rígida pared, una valiente lágrima, entre todas las acumuladas, escapó surcando su mejilla, recorriéndola hasta llegar al mar de sus labios. Muriendo allí.


Y fue al notar la amarga gota sobre sus carnosos labios, cuando el dolor se hizo, si cabe, más intenso. 

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