miércoles, 24 de abril de 2013

Registro (Parte 1)



-Nadie ha de enterarse de esto-. Su corazón se detuvo en el mismo instante en el que aquella frase llegó  a sus oídos. Aún podía oír las pisadas de las dos personas dirigiéndose  hacia el otro extremo de la habitación. Cerró los ojos. Si la  encontraban allí lo más seguro era que no volviese a ver la luz del día.  Se pegó todo cuanto pudo al muro que tenía a sus espaldas y, solo  cuando escuchó el sonido de la puerta cerrándose, respiró tranquila.




         -Buenos días, María- la voz de Helena la sacó de su  ensimismamiento. Levantó su mirada del suelo posándola en los grandes  ojos de su compañera, desbordantes de vida y alegría. María Ruiz le  devolvió el gesto esbozándole una apenas perceptible sonrisa. Asió entre  sus manos una pequeña canastilla en la que portaba algo de fruta, dispuesta a seguir con sus planes. -¿No te quedarás con nosotras?- le preguntó la joven.

-Sabes que nunca lo hago- respondió María ensanchando su sonrisa, aunque, a decir verdad, no sabía exactamente por qué motivo sonreía. Dio un par de pasos hacia la puerta, pero un pensamiento la paró justo cuando estaba a punto de salir. –Helena, no vi hoy a  Clara en el comedor. ¿La has visto tú?- pronunció poniendo palabras a la  duda que la corroía. Y más, tras lo que había escuchado hacía ya dos días. Su compañera negó con la cabeza dando así su respuesta. María suspiró. Sin decir una sola palabra más, giró sobre sus talones rumbo a los jardines del orfanato.




         La llevaba observando desde hacía ya rato. Se acercaba lentamente. Sigiloso. Sin querer que un solo ruido molestase la tranquilidad de María. Tardó algo de más tiempo en colocarse justo a su espalda. Se agachó para quedar a su altura y, cual broma o especie de sorpresa, colocó sus manos sobre el rostro de la muchacha tapando sus ojos.

-Ya pensé que no vendrías- susurró María. David disfrutó unos segundos más del contacto de la piel de la joven bajo la yema de sus dedos. Solo un instante. Después, temiendo incomodarla, se apartó y tomando el objeto que había traído de nuevo entre sus manos se levantó con la intención de sentarse frente a ella.

-Por qué no iba a hacerlo- le preguntó retóricamente contestando a lo que antes había dicho ella. María sonrió ante su respuesta. Sonrisa que a David se le antojó terriblemente hermosa. Ambos jóvenes quedaron unos segundos mirándose. Fue María, a riesgo de perderse en la profundidad de los oscuros ojos de David, la que apartó la mirada. Cogiendo a modo de distracción una de las peras que traía.

-¿Sabes?,-mordió la fruta -eres la única persona que voluntariamente- pegó otro bocado -decide acercarse a un lugar como este- terminó diciendo.

-Y tú la única que habla con la boca llena- comentó a modo de gracia. Sin más reproche del necesario. María hizo un cómico mohín. Lo cual hizo que una carcajada se escapase por la garganta de David. La joven se cruzó de brazos fingiendo estar enfadada. –Vamos, encima que soy la única persona que voluntariamente decide acercarse hasta aquí solo por tu compañía- le dijo tomando las mismas palabras que ella anteriormente había dicho. Intentaba hacerla sonreír. Pero en su intento, su corazón actuó con mayor rapidez que su cabeza y acabó confesando más de lo que le hubiese gustado. María sintió que una burbuja de felicidad explotaba en su pecho. Nada la hacía más feliz que confirmar que cada tarde David se despojaba de sus lujos y acudía a los jardines del orfanato por ella.

–Bueno…- el chico quiso acabar con el silenció que se había producido entre ambos. Buscó un nuevo tema de conversación y justo a su lado lo encontró. –Te he traído esto.

-¿Qué es?- preguntó ilusionada. Tomó el paquete que David le tendía y con una sonrisa entre sus labios comenzó a abrirlo. –Un libro- susurró al terminar de desenvolverlo.

-Oliver Twist de Charles Dickens- apuntó. –Hace unos meses mis padres me lo compraron en la capital y al leerlo no pude evitar acordarme de ti. Creo que te gustará.

-Gracias- respondió María, sin saber muy bien como agradecerle a David aquel presente. –Comenzaré a leerlo en cuanto llegue a mi habitación.

-Y por qué no ahora- la incitó. Sabía perfectamente las dificultades que María seguía teniendo para leer y, si no lo recordaba ella le lanzó una mirada lo suficientemente significativa. –Vamos- volvió a decirle. María resopló. Se reclinó hacia atrás topando con el árbol que les proporcionaba la sombra.
Aclaró su voz y comenzó a leer bajo la atenta mirada de David. 

María dejó de leer. Hacerlo le estaba recordando la conversación que la tenía desasosegada. Cerró el libro con brusquedad.
-¿Qué te ocurre, María?- le preguntó preocupado David.

-Nada.

-¿Qué te ocurre?- volvió a formular la pregunta uniendo sus palabras a una intensa mirada. María
resopló.

-Prométeme que no se lo contarás a nadie-. David asintió como respuesta.

2 comentarios:

  1. Jaione
    Me encanta! deseando de leer la continuación :-)

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  2. Muy buena historia, deseando que sigas (si puede ser pronto pero sin presión) :D

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